De pronto y sin aviso una estrella irrumpe en los cielos con tanto arrojo que es posible observarla incluso a hora del mediodía. ¿Qué otra cosa puede ser ese fulgor sino la muerte que brilla y se derrama desde el cielo? Entonces, un poema de amor erótico que debe ser leído como la noticia del fin del mundo es interpretado como una contraseña: el astrónomo que estudia el prodigio ha conspirado para derrocar al emperador. Y para mantener el orden del mundo o el orden del imperio, que suele ser una y la misma cosa, hay vidas que inevitablemente deben ser sesgadas. Sin embargo es más fácil destruir a los diez mil seres del Tao que a una pareja de amantes que volverá a encontrarse una y otra vez antes de la explosión inicial. Hay mundos que exceden la ciencia, la magia y la sutil forma de los tomentos porque ellos son el latido profundo que todo lo engendra. Una enana blanca, que se inscribe dentro de lo que podríamos llamar el ciclo oriental en la narrativa de Daniel Guebel, es una suerte de novela de cámara cuyos pequeños cambios de registro, unas pinceladas casuales, extemporáneas muchas veces, nos recuerdan que todo drama no es sino un paso de baile de la Gran Comedia; un relato que por momentos parece encontrar las palabras justas que traducen lo que Claire Torry grita, canta y gime en "The great gig on the sky" de El lado oscuro de la luna. Con una estructura que recuerda una pieza dramática isabelina, la siempre elegante prosa de Guebel compone un relato que se detiene en los confines donde la ciencia se deshilacha en metafísica y esta, en intuición mística. Saberes en asamblea para componer un sutil y maravilloso poema cosmogónico.